Es un martes cualquiera de febrero. Es una fría mañana donde además de hacer un viento fortísimo está lloviendo a mares. Tienes 8 años. Eres todavía un niño, con mil ilusiones, pero un niño. Tu madre te despierta para ir al colegio. Tú has dormido del tirón toda la noche.
Recuerdas lo calentita que estaba la cama al levantarte. Es una sábana de pelitos, como le decíamos antes. Lo que te costaba abrir los ojos y ponerte en marcha. Quitarte el pijama adormilado era una odisea, sobre todo por intentar vestirte esquivando el frio.
Pero es justo cuando te vas a salir de la cama para vestirte cuando tu madre irrumpe de nuevo en la habitación para decirte que el día está muy malo para ir al colegio. Que hoy no vas a ir porque casi ningún niño va a ir a clases. NO ME LO PUEDO CREER. NO TENGO QUE IR A CLASES. ¡¡Qué alegría más grande!!!
Recuerdas lo calentita que estaba la cama al levantarte. Es una sábana de pelitos, como le decíamos antes. Lo que te costaba abrir los ojos y ponerte en marcha. Quitarte el pijama adormilado era una odisea, sobre todo por intentar vestirte esquivando el frio.
Pero es justo cuando te vas a salir de la cama para vestirte cuando tu madre irrumpe de nuevo en la habitación para decirte que el día está muy malo para ir al colegio. Que hoy no vas a ir porque casi ningún niño va a ir a clases. NO ME LO PUEDO CREER. NO TENGO QUE IR A CLASES. ¡¡Qué alegría más grande!!!
Tu madre te habla con voz bajita para que puedas volver a recuperar el sueño y te arropa para que sigas calentito en la cama.
Te das la vuelta en la cama y duermes una hora más. Ya estás acostumbrado a levantarte a la misma hora de siempre. Entonces tu madre al escucharte te trae un vaso de ColaCao calentito para que desayunes en la cama porque hace mucho frío.
El olor a leche con chocolate es un soplo de aire caliente con tintes de cacao. Rellena toda la habitación en pocos segundos. Tocas el vaso y es reconfortante. La sensación de tener tu bebida favorita en un día en el que además no tienes que ir al colegio, es de las más grandes que puedas tener. No puedes tocarlo durante mucho tiempo porque quema, pero al esperar un poco tiempo más se ha enfriado algo y ahora sí que está en su punto. El vaso tiene grumos por lo que coges la cuchara pequeña que hay en el plato y te diriges a comértelos. Son como pequeños premios que te da el desayuno.
Tardas tiempo en bebértelo porque entre que le das cucharadas y que lo bebes a sorbos pequeños el tiempo se hace un mundo. A ti todo eso te da igual porque no tienes que ir al colegio. Eres en ese momento la persona más feliz del mundo.
Sales de la cama y te colocas las zapatillas que acompañan a tu pijama. Te vas para la sala de estar donde ya está puesta la televisión. Hay dibujos animados durante toda la mañana y te sientas en el sofá sin parar de ver la televisión.
Hoy es día de pijama, es lo que toca cuando te quedas en casa. Es sólo en ese momento cuando te acuerdas de porque no has ido al colegio. ¿Qué tiempo hará en la calle? Te levantas del sofá y vas a la ventana con interés. Al asomarte ves los árboles moverse con bastante fuerza, el viento zumba y hace un ruido ensordecedor. Llueve a cántaros y es prácticamente imposible no mojarse en la calle por muy grande que sea tu paraguas. Notas al tocar el cristal que la temperatura de fuera es fría. El cristal está helado.
Te quedas un rato mirando a la gente de la calle. Cómo se mueven. Qué bonita edad donde eres un mero espectador de todo.
Las nubes se mueven con rapidez y descargan con fuerza su agua. Los árboles parece que se van a partir. Que fuertes son y a la misma vez que flexibles. Las casas de enfrente están inmóviles como si nada de lo que pasara esa mañana a ellas les importara. Seguro que allí están todos los niños que no han ido al colegio.
Después de ver un rato el exterior vuelvo a sentarme. Quiero seguir viendo mis dibujos animados. Que para una vez que me quedo en casa por la mañana quiero verlos. Me siento en mi lado preferido del sofá, que es el que normalmente ocupa mi padre y nunca me puedo sentar en él. Así que me acoplo allí, me tapo con el paño de una mesa camilla que tenemos en casa. Miro y está el brasero encendido por lo que da calor. Es una sensación de confort total.
Me tapo y me retrepo acomodándome con un cojín. Allí en la tele están dando las aventuras de Willy Fog. Qué gran historia donde los personajes son animales que se meten en mil aventuras y desventuras sencillamente por ganar una apuesta. Hoy están en la India y además salvan a una princesa que les acompañará el resto del viaje.
Mientras estoy viendo la televisión (que en aquellos momentos tenía 5 canales), veo a mi madre pasar de un lado para otro. Está haciendo las camas, limpiando la cocina, el cuarto de baño, ordenando cosas en el salón, preparando el almuerzo,… Qué capacidad de trabajo. Es mucha tarea para que una sola persona hiciera todo aquello. Esto lo digo hoy, en aquellos momentos no apreciaba si era laborioso o no. Además es lo bueno de ser niños, que no te juzgan si lo aprecias o no.
El día va pasando y aunque no haga nada especial es el día más feliz de mi vida. Es muy normal que el ser humano no sepa que es feliz en el momento en el que lo está siendo.
Por la tarde paró la lluvia y me decidí a salir a la calle con mis botas de agua. Toda mi ilusión era pasar con las botas por zonas donde había charcos, barro y saltar en ellos. Es uno de los sentimientos de inocencia que a todos nos invadía. Había un olor a tierra mojada en el ambiente. Hacía frío, pero el aire había frenado.
Mis vecinos habían salido también. Los más pequeños no se atrevían a pasar por los charcos por si estuvieran muy hondos. Aquello era un crisol de botas, paraguas, chubasqueros, gorros,… Está claro que en el sur llueve menos que en otras zonas y se aprecia mucho más esa maravilla de la naturaleza.
Jugamos un rato y pronto nos subimos para casa. Que ya empezaba a refrescar y no era plan de pillar un buen constipado.
Ese día tocó a su fin. Sin haber hecho nada del otro mundo, todo aquello había sido especial. Es algo inolvidable. Algo único e incomparable.
El siguiente día fui al colegio. No quedaba otra. Efectivamente muchos de mis compañeros no fueron por el mal tiempo. Los maestros nos preguntaron lo que habíamos hecho y estuvimos todo el día contando nuestra historia del día de lluvia.
La felicidad está en saber apreciar los pequeños detalles. Cuando se es niño los matices son recordados de una forma casi imborrable. Esos días de lluvia que llegaron contadas veces en nuestra niñez eran la felicidad plena. No había peros, plena totalmente.
Con el tiempo me di cuenta de varias cosas:
- Otros días lectivos intenté explicarle a mi madre que hacía un día malísimo y no debía ir al colegio. Efectivamente fui a clases porque ella estimaba lo contrario. Primero porque no se podía faltar tanto y segundo porque se me notaba que no tenía ganas de ir aunque no hiciera tan mal día. Aprendí que fuera justo o injusto nuestro criterio no es el que definitivo si hay otro criterio superior.
- Hay que pensar más en el presente que en el futuro o en el pasado. Centrarnos en lo que estamos viviendo. Tenemos que ser niños siempre.
- Cuando llegan los días malos es cuando te das cuenta de lo que tienes. Una casa, un hogar es mucho más de lo que tienen otras personas. Y hay que valorarlo en su justa medida.
- Una casa se tiene por el trabajo de tus padres en los días en los que no hay lluvias. Quién trabaja en los buenos días tendrá crédito en los malos.
- Las madres o padres trabajan mucho en la casa. Nunca despreciemos a las personas que trabajan en silencio y pongamos en valor su labor.
- No es malo hacer saber a los demás lo que estamos haciendo porque la ignorancia es muy atrevida. Seamos humildes sin llegar a ser tontos.
- Un niño es como una cámara de vídeo de las antiguas. Cuando hables o actúes delante de él le impactarás más de lo que piensas. Si tienes dudas recuerda esta frase: “Sonríe, estamos grabando”.